La Historia ofrece muestras de los efectos profundamente desequilibrantes que la introducción de las nuevas tecnologías produce en la ciudad. Así, del mismo modo que la pasteurización de alimentos provocó la completa reorganización productiva y comercial del París del XIX, la irrupción de Internet y el boom de las telecomunicaciones a finales del siglo XX tuvo como consecuencia que la ciudad adquiriese una condición desacostumbradamente difusa. Una vez liberalizados los mercados y deslocalizadas las actividades productivas, en la ciudad se imponen los términos medios y se exacerban las imprecisiones. Así, podremos situar a la terminal de transbordadores de Yokohama sobre la delgada línea roja que separa a la arquitectura del paisaje y la infraestructura, al tiempo que Phoenix se instala en una condición maravillosamente precaria que no distingue entre campo y ciudad, y mientras se evidencia la necesidad de pensar metrópolis globales como Londres o Los Angeles desde planteamientos puramente territoriales.
La ciudad difusa posee, por tanto, contornos borrosos: No hay blancos ni negros, sino una variada gama de grises. De la misma manera, sus rasgos dejan de ser fácilmente reconocibles, al haber abierto sus puertas a la espectacularización del espacio público y la arquitectura. La ciudad difusa se convierte en un juego especulativo de simulacros, un caleidoscopio de infinitos efectos de color en el que la confusión no es trampa, sino virtud.
La ciudad difusa posee, por tanto, contornos borrosos: No hay blancos ni negros, sino una variada gama de grises. De la misma manera, sus rasgos dejan de ser fácilmente reconocibles, al haber abierto sus puertas a la espectacularización del espacio público y la arquitectura. La ciudad difusa se convierte en un juego especulativo de simulacros, un caleidoscopio de infinitos efectos de color en el que la confusión no es trampa, sino virtud.
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